Muy buenas a todos amiguitos del videojueguismo y bienvenidos, tras no sé cuántos miles de años, a una nueva entrada.
No sé cuándo fue la última vez que me digné a aparecer por aquí, ni siquiera sé de qué trata la última entrada que escribí en este mi humilde blog puesto que, ahora mismo no tengo Blogger abierto y estoy escribiendo esto en un notepad (ya sabéis, la cutrez como seña de identidad). Seguramente los pocos lectores que tenía ya ni se acordarán de este pequeño rincón de Internet, y si se acuerdan, lo último que recordarán de mí es que caí en una profunda crisis videojuguil que me mantuvo apartado del panorama como mínimo, y si mal no recuerdo porque el tiempo pasa muy deprisa y yo soy un tío muy lento, un par de años.
La cuestión es que por ¿septiembre de 2019?, recuperé muy fuertemente la pasión gracias a God of War de PS4 (le hice una entrada pero jamás llegué a publicarla, si todo va bien quizá lo hago), y casi un año después, la pasión no hace más que aumentar. Fruto de esa pasión desmedida con la que he vuelto al mundillo, me empezó a picar el gusanillo de retomar el blog, y aquí me hallo, fieles seguidores (¿hola? ¿queda alguien ahí?).
Obviamente, dudo mucho que vaya a recuperar aquel ritmo insano que llevé durante 2013, pero al menos voy a intentar mantener esto actualizado, ayudándome de la cuenta de Instagram que me abrí cuando me dio aquella neura de probar suerte en Youtube.
Pero no me quiero enrollar más (cosa difícil en mí), en tal caso y según como vea el panorama, ya haré una entrada off-topic, explicando qué fue de mí, como perdí las ganas de vivir jugar, y como las recuperé. Sin más dilación, vamos al tema que nos ocupa, hoy amiguitos y después de mucho, muchísimo tiempo, recupero el blog para hablaros de lo último a lo que he jugado: Final Fantasy VII Remake.