domingo, 25 de diciembre de 2022

 Miserias navideñas: el alijo del tío M.

La miseria videojueguil que quiero explicaros hoy, es probablemente la más divertida y surrealista de todas las que os he presentado y, seguramente, presentaré. Abrochénse los cinturones, porque esta historia navideña plagada de octogenarios no tiene desperdicio.


Todo comienza unas Navidades del año 2007 en las que -como de costumbre- nos desplazamos mis padres y yo a Madrid para estar con la familia. No hay nada relevante en esto, porque es algo que llevamos treinta años haciendo así que no me pararé a explicar los detalles.

La cuestión es que aquellas Navidades -que por cierto fueron las últimas con la familia al completo-, cuando llegué a casa de mi abuelo paterno y tras lo besos y abrazos propios de llevar meses sin vernos, mi abuelo se ausentó un momento mientras me decía "tengo algo para ti que creo que te puede valer". Cuando volvió, lo hizo con la caja de un mando de SNES... y ¡un mando dentro!. Mi abuelo sabía que me gustaban los videojuegos, es más, siempre me cedía una tele para conectar la consola durante nuestra estancia navideña sin decirme la clásica frase "a la tele no conectes maquinitas que se rompe". El señor no entendía un pijo de lo que pasaba en pantalla pero alguna vez se había quedado mirando por curiosidad y supongo que él vio un mando y me lo guardó por si me servía.

Lo primero que hice como persona educada que procuro ser, fue agradecerle el detalle. Yo no tenía ni tengo SNES, pero la ilusión fue la misma que si la hubiera tenido. Cuando logré salir de mi asombro, le pregunté a mi abuelo que de dónde había sacado el mando, y este me contestó que había aparecido en el almacén de la fábrica de su hermano al que a partir de ahora llamaremos "El Tío M.". Yo sabía que mi abuelo tenía un hermano -que era mi tío abuelo- pero más allá de eso, nunca nadie había tenido el gusto de presentarme a ese señor que parecía tener una nave llena de cachibaches. 

En aquel momento dejé volar mi imaginación imaginándome el alijo que tenía el Tío M. como si fuera la cueva de Alibaba.
 

Tras explicarme que en el almacén había más trastos pero que no me los trajo porque no sabía si me iban a servir de algo, me propuso ir un día a conocer al Tío M. (que digo yo que ya iba tocando), y de paso, que me dejase inspeccionar el almacén para ver que más tesoros guardaba en él.

Los días hasta la expedición pasaron lentamente. No podía parar de imaginar qué clase de tesoros podría encontrar allí. Por un momento llegué incluso a pensar que quizá habría una SNES en caja (que ya os adelanto que no la había), pero la realidad era que prefería apartar rápidamente esos pensamientos de mi cabeza, y seguir mi senda de negatividad pensando que no iba a encontrar nada para que, en caso de encontrarlo, me llevase una doble alegría.

El día D había llegado, y mi padre mi abuelo y yo cogimos el coche para ir a ver al Tío M. Habíamos quedado justo en el almacén, y el plan consistía en desmantelar el alijo para después ir a merendar. Llegamos al almacén y allí estaba el Tío M. al que yo veía por primera vez. Lo cierto es que se trataba de un señor prácticamente idéntico a mi abuelo, pero algo más ancho y con una barriga que delataba que el señor era del buen yantar.

Tras las presentaciones pertinentes y mostrarse muy contento de conocerme, me llevó a la cámara de los tesoros. Obviamente no salí de allí con una SNES, pero lo que encontré logró sorprenderme. Cubiertos de polvo, había mandos de PS1 de los que no tenían palancas analógicas, Dual Shocks de todos los colores que alguien puede imaginar, más mandos de SNES, mandos compatibles de NES, un par de Action Replays de la primer Play Station, y un cartucho de Pokémon Oro. Realmente lo único que me valía de todo aquello eran los mandos de Play Station -a Pokémon le había perdido la pasión hace años- pero sin ningún tipo de reparo arramplé con todo.

Aún conservo mucho del material que obtuve de mi visita
 

Salí de allí con el botín y una sonrisa de oreja a oreja. En aquel momento era el tío más feliz del mundo. Ya no por el botín en sí, sino por la experiencia. Pero las sorpresas no terminaban ahí. Salíamos del almacén, y de camino al coche, el Tío M. se acercó a mí, me metío la mano en el bolsillo de la chaqueta y me dijo con mirada cómplice "toma, una propinilla". En ese momento yo no me metí la mano en el bolsillo, me limité a darle las gracias como me habían inculcado desde siempre en mi casa, y seguí mi camino hacia el coche. Antes de parar para ir a merendar, tuvimos que ir a buscar a un amigo del Tío M. que había decidio unirse a nuestra tarde navideña. Era también un señor mayor, y recuerdo que lo recogimos en la puerta de un hotel. La verdad que aquello era como muy de película y siempre recordaré el momento en el que el botones abrió la puerta y apareció el amigo del Tío M. que, por cierto, hablaba por los codos.

Con toda la tercera edad ya reunida, mi padre puso rumbo a una cafetería en la que se empezó con tortitas y se terminó con cubatas. No sé cómo se llegó a ese punto, pero no os imagináis la marcha que tenían los abuelos. La cuestión es que en una de esas, yo me salí a la calle a fumar. Juraría que por aquel entonces aún se podía fumar en bares y restaurantes, pero los mayores del equipo habían decidido ponerse en la zona de no fumadores, por lo que me tocó salir a la calle.

Mientras me me echaba tranquilamente el cigarrito alejado de las batallitas del amigo del Tío M. - que había monopolizado la conversación - me acordé de la "propinilla" que me habían metido en el bolsillo antes de ir a la cafetería. Metí la mano y saqué el billete. Era de color amarillo por lo que lo primero que pensé fue que me habia dado un billete de Monopoly. Jamás en la vida había visto un billete amarillo pero cuando lo abrí, vi que era un billete de 200 euros -con razón no había visto nunca uno-, y se me cayeron los palos del sombrajo. Por historias que había contando alguna vez mi padre, yo sabía que el Tío M. -a diferencia de mi abuelo- siempre había "nadado en la abundancia", por lo que supongo que su concepto de "propinilla" cuadraba en aquél billete.

No he vuelto a ver nunca más un billete de 200
 

Cogí el billete, lo doblé y me lo guardé en el bolsillo que tenía en la manga de la chaqueta. Me daba la sensación de que iba más seguro ahí. Al fin y al cabo era el bolsillo donde siempre llevaba el móvil y nunca lo había perdido. Volví a entrar en la cafetería y estuvimos un rato más. La fiesta la pagó mi padre, y una vez concluída, decidimos que era ya hora de que cada mochuelo se fuese a su olivo.

Nunca olvidaré la conversación con mi padre mientras éste pagaba la zona azul. Le recuerdo buscando la tarjeta en la cartera mientras me decía "joder qué caro nos ha salido la excursión con los viejos", en ese momento no me pude contener y le dije "depende como lo mires". Sorprendido, me miró y me preguntó ¿qué te ha dado el Tío M.? Sin mediar palabra, me saqué el billete del bolsillo y se lo mostré. Me replicó entre carcajadas "no, si al final nos ha salido barato y todo".

Pero si he explicado lo del dinero, no lo he hecho únicamente por la anécdota, y es que ese dinero, terminaría invertido el verano siguiente en comprar la Xbox 360 de la que ya os hablé en entregas anteriores de miserias videojueguiles.

Aquella noche, cuando llegamos a casa de mis abuelos, mi madre se llevó las manos a la cabeza, no solo por todos los mandos con los que me vio aparecer, sino por la ingente cantidad de mugre que traían de regalo. Los días siguientes la verdad que estuve bastante entrentenido desmontando y limpiando mandos, y para mi sopresa, la mayoría de ellos aún funcionan.

Conservo prácticamente todos lo que rescaté aquel día del almacén, del Tío M, y cabe decir que nunca más se me ha vuelto a presentar una oportunidad como aquella. Quizá no fuese el mejor de los botines, pero desde luego conservo aquella entre mis mejores recuerdos. Dicho estoy, me voy a ir despidiendo ya. Espero que os haya gustado esta nueva entrega de miserias que me ha servido como especial navideño improvisado.

Sin más, me despido deseando que paséis unas felices fiestas y un próspero año nuevo. 

2 comentarios:

  1. Quina gran anècdota! Com bé dius, l'experiència en si mola més que el que et vas endur, com quan algú et dona un videojoc que té per casa sabent que et molen aquestes coses i sovint no són títols que buscaves, però la il·lusió que et fa és enorme, pel detall.

    Ara bé, els 200 euros reconvertits en Xbox 360 no te'ls treu ningú, i m'encantaria que aquesta història sigui la preqüela sorpresa de la "misèria" que relata com vas aconseguir aquella magnífica màquina.

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