¿Por qué el formato físico es tan especial para mí?

Motivado por la genial entrada publicada por Emilio en su blog Retroactual, he caído en la cuenta de que a lo largo de mi trayectoría por estos lares, he despotricado en incontables ocasiones sobre el formato digital pero, más allá de lo que todos sabemos, nunca me he parado a explicar de una manera más íntima mi amor a los videojuegos en formato físico. Procurando no caer en redundancias y en motivos que, creo nos afectan a todos, hoy quisiera tratar el tema con un enfoque algo personal que se aleja un poco de mis argumentos habituales y que todos los defensores del físico esgrimimos a la hora de defender un formato que, cada vez más, tiene los días contados. Por tanto, esto no pretende ser ni una entrada reivindicativa, sino una narración sobre mi trayectoria como jugador y el motivo por el cuál, el físico, será siempre mi formato predilecto. 

El primer videojuego propio que tuve, me lo trajeron los Reyes Magos junto a mi primera consola. Tanto el juego como la consola siguen conmigo a día de hoy. Los años siguientes, esa estampa se iría repitiendo. Si no era en el día de Reyes, era en el día de mi cumpleaños. Siempre caía algún juego, porque desde bien pequeño, los videojuegos han sido algo que ha formado parte de mi vida. Todos esos juegos, siguen ahí, en mi estantería, y para mí, son más que cajas con una cinta, un cartucho o un disco. Son la materialización de pequeños recuerdos y momentos vividos que me llevan directo a aquel preciso instante en el que los conseguí y los estuve jugando. Porque por increíble que pueda parecer, pocos juegos hay en mi estantería que no tengan detrás una historia o una anécdota. 

Sacar una de esas cajas de la estantería, detenerme a contemplar su carátula, u ojear su manual, son prácticas que realizo habitualmente con la simple motivación de rememorar momentos pasados. Porque al final, la felicidad no deja de ser un compendio de esos instantes, de esos pequeños momentos felices que hemos vivido. Retirar el juego de su hueco, y ver cómo han cambiado los diseños de las portadas, sorprenderme con la calidad que derrochaban unos manuales de los que hasta no hace tanto aún podíamos disfrutar o sacar el juego de la caja para ponerlo en la consola mientras vuelan por mi cabeza los momentos vividos cuando en su día lo jugué, son solo algunas de las cosas que hacen que, para mí, el formato físico sea irremplazable. 

Si bien el ritual anteriormente descrito es uno de las principales causas por las que me gusta tantísimo el formato físico, hay un paso previo a dicho ritual que no es otro que el proceso de compra. Aunque lamentablemente y por la evolución y cambios en los hábitos de consumo, es una parte que se está perdiendo, durante muchísimo años, el "irme de cacería" era una de las cosas que más disfrutaba. No eran pocos los sábados por la tarde, que sin un plan mejor, me cogía el tren mochila en ristre, y me dirigía al centro de la ciudad en busca de algo nuevo que añadir a mi colección. Por aquel entonces tenía mi ruta de seis o siete tiendas, y lo que no encontraba en una, lo encontraba en otra. Pero lo mejor de todo, es que ¡nunca sabías lo que ibas a encontrar! y eso era lo que más me gustaba. Porque yo podía ir con una idea de lo que quería, o con una lista de lo que andaba buscando, pero tropezarte con según que cosas o dejarte seducir por tu espíritu consumista y llevarte un caramelito desconocido por un precio irrisorio para descubrir que detrás había una joya, son cosas que no tenían precio y que le otorgaban a ese título una historia personal que recordar el día de mañana. 

Todo ese proceso de "búsqueda y captura", de "salgo a ver qué encuentro", es algo que a día de hoy se ha perdido. En primer lugar porque, debido en gran parte al "efecto Wallapop" en tiendas de segunda mano, lo poco que encuentras es morralla, y lo que vale la pena tiene precios desorbitados (supongo que en algún momento decidieron empezar a cobrar el extra de mugre que te llevabas al comprar un juego en Cash Converters y similares). La esperanza de salir y volver con un puñado de buena mercancía a precio de saldo, es algo que ha desaparecido y que difícilmente volveremos a ver.

Nos siguen quedando portales como eBay o el anteriormente citado Wallpop, y si bien es cierto que resulta más sencillo encontrar lo que andas buscando, esa "magia" de salir a ver qué encuentras, se desvanece al estar todo al alcance de unos pocos clicks. Además, normalmente cuando uno se pone a buscar material por Internet, lo hace con la idea clara de lo que quiere, por lo que el factor sorpresa tampoco hace demasiado acto de presencia encontrando siempre precios similares entre productos. 

Quizá el augue del mercado digital haya tenido sus ventajas para cierto sectores como por ejemplo el de los desarrolladores independientes, a los que ha dado la oportunidad de que sus títulos vieran la luz. Y posiblemente esto sea lo único que defienda del mercado digital, porque todo lo demás, lo pierdo. Porque en muchas ocasiones, no es el mero hecho de comprar un juego lo que lo hace especial, sino la propia experiencia en torno al mismo. ¿Qué experiencia o qué recuerdo me queda de un juego que me ha costado dos clicks y una tarjeta de crédito comprar? Realmente ninguna.

Por ello, y por todos los motivos que he ido exponiendo durante la trayectoria de este, mi humilde blog, el formato físico, para mí, será siempre el rey indiscutible de esta magnífica afición que son los videojuegos. Soy consciente que algún día todos esos cartuchos, todos esos discos, todas esas máquinas que tan buenos momentos me han dado, quedarán inservibles por el paso del tiempo, sé que nada de lo que tengo va a perdurar para siempre por muy bien que lo conserve, sé que todas esas cajas no serán más que recuerdos de otro tiempo. Pero recuerdos al fin y al cabo, que al mirarlos seguirán haciéndome sonreír.

Por último, previo a terminar la entrada, simplemente compartir la siguiente noticia con la que me acabo de cruzar mientras buscaba alguna imagen con la que ilustrar la cabecera del post: Los videojuegos en formato físico desaparecerán en 2022. Algo de lo que todos somos conscientes, pero que quizá no esperamos de una forma tan inmediata. Cuanto menos, da para reflexionar.