Sábado de finales de junio del año 2008, 9:00 de la mañana. Un joven Suso coge un tren de camino al centro de Barcelona con la mayor parte de sus ahorros en la cartera. Objetivo: la extinta PC City al final de la Rambla, justo al lado de los salones recreativos. ¿El motivo? Una suculenta oferta compuesta por una Xbox 360 Elite con dos mandos, Forza Motorsport 2, Gears of War, Viva Piñata, y el motivo de peso que le llevó a comprar la consola: el recién salido Ninja Gaiden II.
Hay juegos que marcan un antes y un después en tu vida como jugador, en mi caso, y como amante de los hack'n slash, uno de los juego que más me impactó durante la generación PS2-Xbox-GC fue Ninja Gaiden. Un juego que, pese a la censura que nos colaron, fue buque insignia de la primera Xbox y cuya característica principal radicaba en su elevada dificultad. Fueron muchas horas las que le metí, no sé quién sufrió más si el mando o yo, pero tras mucha frustración, la satisfacción de terminarlo fue inigualable. Tanto, que como dije al principio, la salida de su segunda parte fue la que decantó la balanza a favor de Microsoft y su Xbox 360.
Recuerdo volver en el tren, sudando no sé si del calor, de la emoción o de ambas. Agarraba con nerviosismo mi bolsa gigante llena de futuras horas de vicio, y me había quedado con la cartera tan pelada que no me daba ni para comprarme una botella de agua. Pero todo daba igual, Ninja Gaiden II estaba en esa bolsa, y era lo único que me importaba.
Tras llegar a casa y montar mi nueva y flamante Xbox 360 Elite con manos temblorosas, puse el juego en la bandeja dispuesto a reencontrarme con Ryu Hayabusa.
Lo que vino a partir de ese momento fue todo frenetismo, manos sudorosas por la tensión y la sensación de haber hecho una de las mejores compras posibles. Ninja Gaiden II era más, mucho más. Y mejor, mucho mejor que su antecesor. Los primeros minutos del juego ya eran toda una declaración de intenciones. Bastaba con llegar al primer grupo de enemigos para darnos cuenta de que estabamos ante un auténtico festival de brutalidad.
Y es que, para un servidor, Ninja Gaiden II es una oda a la violencia más sofisticada donde la espada de Ryu es la pluma y la sangre del enemigo la tinta con la que escribir tu historia. Y para ello, no bastará con juntar cuatro palabras pensando que has escrito un verso. Ninja Gaiden II exige de un dominio exquisito de la métrica, y probablemente por ello sea uno de mis juegos preferidos. Aquí hay que entrar a matar, pero no de cualquier manera. Tienes que aprender de cada error, tienes que conocer a tus enemigos y actuar en consononcia a unas rutinas que no siempre son fáciles de entender. Tienes que saber cubrirte y esquivar. No basta únicamente con cubrirse, porque mientras te estás zafando de un enemigo, otro te puede estar lanzando un shuriken. Y tampoco te bastará con esquivar a lo loco, porque quizá logres evitar los proyectiles del enemigo, pero cuando quieras darte cuenta tendrás a alguien detrás dispuesto a ensartarte en una lanza. En Ninja Gaiden II todo está orquestado y el director eres tú, has de saber que tecla tocar en cada momento para que nada desentone. El más mínimo error y el concierto se va a la mierda.
Desde luego no estamos ante un título para todos los públicos, pero si eres lo suficientemente paciente como para dedicarle un rato y aprender sus mecánicas, te encontrarás ante posiblemente uno de los mejores hack'n slash que se han hecho. ¿Vale la pena jugarlo a día de hoy? Amiguitos, aunque no seais grandes entusiastas del género, únicamente por jugar al quinto nivel del juego, vale la pena darle una oportunidad. De verdad os digo que ese nivel quedó grabado en mi retina como uno de los mejores que he jugado en un hack'n slash.
Me despido por hoy, amiguitos del videojueguismo. Espero que hayáis disfrutado de esta entrada tanto como yo disfruté con este título aquel maravilloso verano de 2008.
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