Da igual qué elijas, mientras decidas seguir jugando.

¿En qué consiste realmente jugar? Cualquier profano en la materia contestaría de una manera muy simple: "en apretar botones". Sí; posiblemente, de una manera muy simple y llana, podría definirse así. En machacar botones. Pero más allá de eso, ponerse delante de una pantalla, implica algo tan habitual y cotidiano como tomar una serie de decisiones que nos llevarán tanto a la más absoluta de las victorias, como al más profundo de los fracasos.

Como jugador, te pasas la vida escogiendo. Escoges arma, armadura y luchador; escoges clase, raza, apariencia, coche e incluso equipo. Escoges como abordar una situación; si utilizar tu último botiquín o no hacerlo, o simplemente decides si merece la pena arriesgar una vida con tal de conseguir otra.

No importa a qué estés jugando; lo que importa es cómo decidas jugarlo. Y es que, el como lo hagas, no es más que un vivo retrato virtual de tu manera de actuar y abordar las situaciones. Ya sea escoger ruta, personaje en Street Fighter II o coche en Forza Motorsport III, la elección tomada te define y te dicta el camino a seguir por el que tú mismo has optado inconscientemente.

Tal y como dije al principio, es algo que nos encontramos en nuestro día a día. Da igual que se trate de escoger gallumbos o de escoger que quieres hacer el día de mañana; tarde o temprano toca decidir. Exactamente igual que cuando juegas pero con una diferencia abismal; una vez has elegido e indistintamente del resultado, no hay marcha atrás. Te guste o no, cuando juegas a vivir no hay checkpoints, no puedes rebobinar como en Forza III; tampoco hay passwords; ni memory cards o discos duros desde los que cargar la última partida guardada. A vivir se juega una vez, y por más monedas que metas, no te darán créditos extra.

Pero pensar que sólo tienes una oportunidad, es como malgastar la última de las 3 vidas con las que empiezas la partida pensando que ya no hay nada que hacer. Eso, es rendirse antes de tiempo. La tercera vida es la que más disfruto; sé que es la última oportunidad, tras dos intentos previos en los que, si he jugado bien mis cartas, habré adquirido la experiencia necesaria para no caer de nuevo en mis errores. Y aunque pierda esa vida, siempre podré empezar una nueva partida e intentarlo de nuevo una vez más.

Es cierto, en la vida real no existe el botón de reset, ni puedes cargar partida. Si elegiste tirar por la izquierda, te quedarás con la duda de saber qué había a la derecha. No podrás marcar un punto de control para volver a ese cruce de caminos en el que únicamente podías escoger un sendero. Pero vivir pensando qué hubiera pasado, es como dejar el mando sobre la mesa y dejar de jugar.

Tal vez vivir no sea un juego, pero en ocasiones, hay que tormárselo como tal. No dejes que nadie juegue tu partida, y si te arrepientes de lo elegido, piensa que al menos, a diferencia de otros, tuviste el lujo de poder escoger. No pienses que pudiste jugar mejor, piensa que jugaste lo mejor que sabías. Aprende de tus errores y no tengas miedo a intentarlo de nuevo. No pienses en volver al punto de control, tampoco en rebobinar; aquí eso no existe. Simplemente, piensa en seguir avanzando; en que, indistintamente de tus logros o de tus cagadas, ésa, será tu partida, a la que, tras pulsar Start, sólo jugarás una vez. No tendrás ni guías que te marquen el mejor camino a seguir ni trucos que te pongan las cosas más fáciles. Pero precisamente ahí, radica el reto. Y cuanto mayor es el reto, mejor la recompensa.