Tienes la colección que han querido que tengas

Cada año durante el mes de agosto y como si de una tradición se tratase, se lleva a cabo la comunmente denominada "Limpieza de Verano". La "Limpieza de Verano", es como una buena tormenta estival; fuerte, intensa y que se lleva por delante todo lo que encuentra. Es ese momento del año, en el que decides deshacerte de ese sinfín de "por si acasos" que has ido acumulando a lo largo de los años y que jamás diste ningún tipo de utilidad.

Por norma general, la limpieza siempre se había limitado a apuntes, revistas, y demás basura acumulada. Y digo se que se había limitaba, porque este año, tras ver que mi ecosistema videojueguil empezaba a desmadrarse, decidí meterme de lleno en el para poner orden (o al menos intentarlo). 

¿Verdad que parece imposible meter (o más bien amontonar) todo eso en el mueble que se ve en la foto?
Pues lo estaba

Cables enmarañados, consolas polvorientas y amontonadas, cajas de juegos desperdigadas por los más insólitos rincones de la casa... Lo que  vendría siendo un desastre vaya. Horas y horas de trabajo, cuadrando, guardando, amarrando e inventariando. Todo metido en cajas etiquetadas, colocado en estanterías de las que se aprovechó hasta el último milímetro y ordenado de manera tal que al menos se dejase ver sin echar la vista a un lado pensado aquello de "tendría que ordenar todo este desmadre".

Tan bien me quedó todo, que me entraron hasta ganas de echarme una partida como las de antaño, de esas en las que te tirabas horas y horas sin saber nada del mundo. De esas partidas absorbentes que te quemaban las retinas y te fundían los pulgares. 

-Voy a jugar a algo que no haya jugado aún"- pensé. -No hay nada nuevo que me interese... voy a ponerme con el primer Tomb Raider"- me dije al cabo de un rato.

Me tiré jugando cerca de tres horas bastante satisfactorias ellas, y cuando recogí el mando y el juego dispuesto a terminar la sesión, me quedé un rato mirando armarios y estanterías. Cajas, montañas de cajas, cientos de títulos atesorados durante años que juntos formaban una colección que en aquel preciso instante, me pareció de lo mas impersonal. 

De pequeño era tan jodidamente malo jugando, que a base de repetirlo, 15 años después
aún me lo sé de memoria.

Una colección formada por clásicos, por títulos de obligada compra, juegos que he ido acumulando por el mero hecho de que en su día alguien me dijo "tienes que jugarlo", "¿qué clase de jugador eres si no has probado tal juego?". Juegos que en su día compras a sabiendas de que no jugarás pero que eres consciente de que el día de mañana serán una pieza de coleccionista y valdrán un pastizal. Y entre todos ellos, aquellos pocos juegos con los que realmente he disfrutado, aquellos incondicionales a los que siempre vuelvo cuando no sé a qué jugar. 

Me he tirado veinte años alimentando mi síndrome de diógenes videojuguil, engordando sin ton ni son una colección de la que a día de hoy, he dejado de sentirme orgulloso. Una colección de esas que cuando la enseñas, todo el mundo piensa "GUAU" mientras tú, orgulloso, te dices a ti mismo "es la colección que todos querrían". Sí, la que todos querrían, pero ¿es la que tú quieres? Seguramente muchos dirán que sí, lamentablemente no es mi caso. Y es que al final llegas a la conclusión de que las colecciones de videojuegos son como las pichas, nos gusta comprarla con la del vecino para ver quien la tiene más grande, pero de nada te sirve una picha grande si después no la utilizas.

Consume sin medida, engorda tu colección, y ya te preocuparás de
cómo cojones digerir todo lo acumulado.

Tengo una colección impersonal, la colección que han querido que tuviese, una colección de la que progresivamente me estoy desprendiendo para quedarme con los justo y necesario, con aquello que realmente me hace disfrutar. Y pese a lo que muchos puedan pensar, no me desprendo de la gran mayoría de mis pertenencias con ánimo de abandonar el mundillo, todo lo contrario, lo hago con ánimo de permanecer en él. Porque como ya comenté en una entrada reciente, menos es más, y  al final los juegos son como los amigos, los buenos, esos que se quedan para siempre, se cuentan con los dedos de la mano.